El increíble bosque menguante

LAUREANO LÓPEZ* : Donde esté una casa o un adosado, que se quite el árbol. Así al menos se desprende de un vistazo a muchos de los planes urbanísticos de la comarca, donde el proyecto estrella casi siempre es una urbanización. En el lugar que sea y como sea, independientemente de si hay o no demanda, se aprueban estudios de detalle para levantar edificios que quizás, dentro de mil años, quienes nos sucedan investigarán sorprendidos como nosotros mismos ahora investigamos, por ejemplo, las pirámides de Egipto. Ni la crisis ni el pinchazo de la burbuja inmobiliaria han saciado la sed constructiva: hay alcaldes que intentan pasar a la historia como plusmarquistas del cemento armado. Existen múltiples ejemplos en Miño, en Abegondo, en Culleredo... Sí, viajamos hacia una Gran Coruña, pero de hormigón armado si no se remedia ya. A veces, hormigón esquelético, porque algunas ilegalidades se detectan, curiosamente, cuando ya ha sido levantada la estructura del inmueble. Mientras se desarrolla este urbanismo más o menos rampante, en Cecebre caen árboles como hojas de calendario. Hace dos semanas, cien. Un arboricidio en toda regla perpetrado de manera ilegal (dijo la Xunta) en la fraga que noveló Wenceslao Fernández Flórez en 1943. Siguiendo el rastro de los cien árboles caídos, La Voz reveló en estas páginas que en los últimos sesenta años ha desaparecido el 50% de la superficie arbolada de la fraga, que antaño, como recordaba en su obra Fernández Flórez, era un bosque frondoso que cruzaba la vía del tren, llegaba hasta el río y alcanzaba hasta Guísamo. Kilómetros de árboles en los que una ardilla no tenía que poner pie a tierra en ningún instante. Hoy, esos recuerdos de papel son apenas siete hectáreas en peligro de extinción. Un dato para ponernos, todos, colorados.

Con el estropicio de estos días, el Concello de Cambre reconocía que «non se puxo todo o empeño necesario en preservar a fraga». Claro. El bosque animado, que ha parido tantas leyendas, corre el peligro de convertirse en leyenda él mismo, «una relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos», dice la Real Academia, porque quizás algún día, y no muy lejano, -si no se ponen los medios, si no se pone el mismo interés que en construir pisos- nos preguntemos si existió de verdad o fue fruto de la imaginación de un escritor.

La agonía de la fraga de Cecebre salta a la vista con una visita, muy recomendable, al lugar en el que el autor de El malvado Carabel pasó sus veranos durante más de medio siglo. Fernández Flórez dejó escritos advirtiendo de la desprotección de los bosques. Entre otros, algunos como este, muy gráficos y premonitorios: «El que no ame el árbol no tiene delicadeza espiritual. El que lo tale arbitrariamente revela una aborrecible dureza de sentimiento [...] Cada árbol tiene su alma; pero esto no lo sabe un concejal, ni tampoco un director general de Agricultura». Quizás porque no alborotan, no torpedean inauguraciones, no cortan calles. Permanecen quietos y mudos, a merced del pirómano y de la sierra mecánica. Ay, si los árboles estuvieran llamados a la urnas...

Ni la crisis ha saciado la sed constructiva de algunos alcaldes, plusmarquistas del cemento armado


* La Voz de Galicia - Opinión - 24.04.11


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