Dos cosas más sobre el 15-M

LUIS GARCÍA MONTERO* : A la gente le habían contado ya todos los cuentos. Nadie quería ser engañado una vez más. Que no nos vengan con historias… Y de pronto llegó el 15-M. En una situación de grave descrédito de los compromisos públicos y de los representantes oficiales de la soberanía popular, la rebeldía callejera ha supuesto un factor de educación política. Conviene analizar muy en serio la cara y la cruz de los motivos que han facilitado esta energía cívica tan visible, capaz de tomar las plazas y las conversaciones.
Una parte decisiva del éxito de la convocatoria se debió a que no provenía de las organizaciones tradicionales de la izquierda. Se trató de una llamada juvenil, anónima, sin siglas. Esta es una primera cuestión que, como digo, merece ser analizada en su cara y en su cruz. Durante los últimos años se ha criticado a los políticos y a los sindicatos en la barra del bar, el taxi, la tertulia de radio y las discusiones familiares sobre el futuro del mundo. Son evidentes los errores que partidos y sindicatos han cometido a la hora de defender una política al servicio de los ciudadanos. Pero el descrédito, como fenómeno social, va más allá de estos errores. Ni todos los políticos son iguales, ni todos los partidos se comportan de la misma manera, ni los representantes sindicales son un conjunto de caraduras olvidados de los trabajadores.
Hay algo más. Para sospecharlo basta con tomar conciencia de lo difícil que es, en medio de una crisis económica provocada por la especulación, escuchar en un bar o un taxi palabras de desprecio contra los grandes empresarios, los banqueros o los cerebros de las finanzas. Esto se debe a que la gente conserva todavía un vago sentimiento de pertenencia ante los políticos y los sindicalistas, que están o tendrían que estar a su servicio. Pero se debe también, y sobre todo, a que los poderes financieros y sus grupos mediáticos se han especializado en aprovechar los errores de la política para acentuar su desprestigio público.

El egoísmo de la economía especulativa, dispuesta a buscar beneficios por encima de la soberanía civil y de los derechos de los trabajadores, sale ganando siempre con el desprecio a los partidos y los sindicatos. Así que la santa furia de la población contra sus representantes, aunque encuentre motivos en la realidad, está animada y controlada por sus verdaderos enemigos.

Con el 15-M hemos vivido una afortunada paradoja. La falta de siglas en la convocatoria animó a la participación en un movimiento que previamente no había sido desacreditado por el poder. La gente estaba deseosa de protestar, y la fortuna, o la inteligencia de los portavoces, ha sido que la rebeldía, más que para despreciar lo público, sirvió para otorgarle una nueva dimensión al sentimiento de pertenencia política. Por eso se ha demandado una dignificación de los comportamientos democráticos, no su borradura. Darle sentido político a la rebeldía resulta decisivo para evitar que el descontento derive hacia la demagogia populista o la simpatía totalitaria.

En este deseo de protesta hay una segunda cuestión sobre la que también merece la pena meditar si queremos tomarle el pulso a la situación real. Otro motivo del éxito de las concentraciones del 15-M se debió a que no suponían un compromiso personal más allá de la propia ética. Cuando el pasado septiembre los sindicatos llamaron a una huelga general, muchos ciudadanos no quisieron o no pudieron secundar la convocatoria. La situación social hace muy complicado renunciar a un día de salario o decidirse a llamar la atención de un empresario que, con las leyes laborales y la precariedad de los contratos en la mano, puede dejarte en la calle al menor signo de conflicto. En las pequeñas y medianas empresas, soporte mayoritario de la economía española, la lucha sindical se ha vuelto casi heroica. El desprestigio de la política y de los sindicatos supuso una buena coartada personal para encubrir situaciones de egoísmo, miedo o impotencia. Al acudir a la Puerta del Sol, sin embargo, no se pagaba ninguna factura por defender la verdad.

El 15-M ha sido un utilísimo factor de educación política al evidenciar que la rebeldía es posible y que merece la pena comprometerse para cambiar las situaciones personales.


* Público - Opinión - 17.07.11

0 comentarios :