Indicadores de capacidad de carga

JOSEP MARIA MONTANER/Barcelona* : Será interesante ver cómo el nuevo Ayuntamiento, de momento con un programa tan indefinido, afronta alguno de los problemas endémicos de la ciudad. Pongamos tres ejemplos: La Rambla, los entornos de la Sagrada Familia y el parque Güell. Los tres son distintos en su configuración, pero tienen en común el colapso que se genera por ser espacios muy delimitados y por demostrar una relación servil y ambigua con el turismo, al no tener en cuenta la capacidad de carga de cada lugar y permitir malos usos.
No se puede negar la degradación que se ha ido produciendo en La Rambla: la última generación de quioscos dedicados al consumo desmerece los precedentes de quioscos para pájaros, periódicos y flores, de formas elegantes, ligeras y con cuatro caras. Posiblemente a cada producto le corresponda su forma, y la de los quioscos para turrones, helados y camisetas ha de ser lo más vulgar posible y han de dar la espalda a la vida urbana de las aceras. La Rambla, que había caracterizado a Barcelona, es hoy una vía que todo barcelonés evita y atraviesa rápidamente, y huye de ella al salir de las bocas de metro. Caminar por La Rambla, tan necesitada de un rediseño del mobiliario urbano, significa entrar en un colapso de turistas de todo tipo que se arremolinan en torno a trileros y estatuas vivientes, y que se sientan en terrazas de bares de falsa variedad.
Por endémico, el problema del exceso de autocares en los alrededores de la Sagrada Familia no ha dejado de ir empeorando. Los vecinos reclaman desde 2008 un mayor control del paso de autocares y hace unas semanas la Asociación de Vecinos y Vecinas de la Sagrada Familia lanzó la campaña A la caza del autocar turístico mal aparcado, hartos del abuso de centenares de ellos cada día. Hay pocas ciudades que sean tan serviles al permitir que se pueda aparcar justo al lado de la catedral o de los monumentos más significativos. No les iría mal a los turistas caminar un poco más y a los autocares aparcar bien un poco más lejos.

Después de años luchando contra la absurda decisión de hacer pasar el AVE por la calle de Mallorca, hoy la reivindicación alrededor de la Sagrada Familia consiste en poder sobrevivir en un área arrasada por los vehículos del turismo y las tiendas de souvenirs, alrededor de un monumento que reclama un proyecto de encaje urbano.

Y otro enclave extremadamente problemático, y este sí requiere que nuestros queridos turistas vayan en caminata, es el parque Güell, el paisaje mágico de Antoni Gaudí, que la desidia ha dejado como ofrenda a los dioses del negocio turístico. Más allá de la proliferación de esculturas vivientes y del zoco de manteros, lo que pone enfermo a cualquiera con una mínima sensibilidad por el patrimonio es el uso abusivo que hacen algunos visitantes, trepando por las columnas, subiendo a los muros, sentándose en las esculturas y saltando por los bancos. Sabemos que el debate para proteger el acceso al parque Güell es complejo y lleva años sin que la política municipal haya podido encontrar una solución que tenga consenso (rechazado siempre por el partido que hoy gobierna) y que sea justa para todos los actores: un patrimonio que proteger, con acceso libre para los vecinos y con un necesario control de aforo que comporte restricciones para una afluencia masiva que acaba convirtiéndose en vandálica.

Pocas pistas ha dado el actual Ayuntamiento de cómo va a afrontar estos problemas endémicos (y otros, como los equipamientos pendientes en Can Batlló o el freno a la decadencia de Can Ricart), pero estos tres ejemplos pueden ser un buen termómetro para medir si la voluntad genérica de favorecer la vida de los barrios recurriendo a la sostenibilidad y a los medios tecnológicos (con unos técnicos fascinados por la inteligencia artificial y tecnológica) se van a aplicar realmente o no se trata más que de argumentos ideológicos. Estos casos pueden servir como indicadores para ir midiendo si realmente hay una nueva política municipal, capaz de delimitar la capacidad de carga de cada entorno urbano y social, para entenderlo a fondo, protegerlo y mejorarlo, o en realidad va a aplicarse una mirada superficial, con acciones prescindibles que no afronten los problemas clave.

* Josep Maria Montaner es arquitecto.


* El País - Opinión - 14.07.11

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