Urbanismo y desigualdad social en un barrio de Barcelona

El urbanismo, como ya señalara H.Lefebvre hace más de 40 años, se ha convertido en uno de los principales instrumentos del capital a la hora de controlar el espacio. En esta etapa del 'neoliberalismo' que vivimos actualmente esto se hace cada vez más evidente. Y los edificio, como los barrios, denotan la capacidad del poder político-económico para formular sus propios fantasmas espaciales. La exagerada diferencia urbanística que se puede contemplar en una gran ciudad, con sus barrios para ricos y sus barrios para pobres, no es más que el traslado de un sistema que se retrata a sí mismo, llevando esta identificación hasta los propios habitantes que, incapaces de salir de sus 'guettos', se relacionan y viven en ambientes de una enorme presión social con todos los componentes urbanísticos que esto conlleva. A continuación un ejemplo de estas contradicciones narradas en el barrio del PobleNou de Barcelona.
"JOSÉ MANSILLA* : Antes de nada quiero reconocer el homenaje, casi plagio, que hago del canónico trabajo de David Harvey, Social Justice and the City, editado como Urbanismo y Desigualdad Social en su traducción al castellano, en el título del presente artículo. Reconozco mi total devoción por la obra de Harvey por lo que no es de extrañar que, a la hora de pensar en una frase corta y atractiva que definiera el texto que viene a continuación, me viniera a la mente el nombre de uno de sus trabajos más conocidos. Eso por un lado y, por otro, porque define como pocos la dialéctica transformadora que se está produciendo en la actualidad en muchos de nuestros barrios y ciudades.

El urbanismo, como ya señalara Herni Lefebvre hace más de 40 años, se ha convertido en uno de los principales instrumentos del capital a la hora de controlar el espacio. Las dinámicas que azotan las ciudades bajo el neoliberalismo han llevado a las mismas a convertirse en verdaderos objetos de deseo para el capital financiero e inmobiliario. Ejemplos tenemos a miles, desde la venta de promociones completas de pisos de protección oficial a fondos buitre en Madrid, pasando por los proyectos de transformación y desplazamiento socioespacial en barrios como Malasaña, en la misma ciudad, o las campañas y programas que impulsan las Smart Cities, en Barcelona o A Coruña. Estos ejemplos coinciden en dos cuestiones básicas: la consideración de la ciudad como un generador de rentas, ya sea a través del suelo o de los servicios que proporciona a sus habitantes, y la colaboración, cuando no el impulso, de las instituciones municipales en la consecución de sus objetivos. La última frontera del capitalismo, como afirmara el geógrafo Neil Smith.

La cuestión es que, para poder extraer hasta la última gota de los beneficios que producen las ciudades, es necesario transformarlas primero en otra cosa, aunque también durante el proceso es posible obtener grandes plusvalías. Una ciudad conformada por vecinos y vecinas activos, donde prevalecen valores de uso frente a valores de cambio, autogestionaria, reivindicativa, social e inquieta no seduce, desde luego, al capital. Para éste, una ciudad atractiva es una ciudad de y para el consumo, pacificada, poblada de relaciones sociales neutras, limpia, ordenada y callada. Aquella que, desde determinadas instancias políticas, se suele señalar como lejos de la incertidumbre y la inseguridad. Y es aquí donde aparece el urbanismo como elemento transformador.

El barrio del Poblenou, en Barcelona, es un buen ejemplo de todo ello. Objeto de deseo desde hace décadas, el viejo Manchester catalán, poblado durante años por fábricas y chimeneas es, hoy día, el reino de las clases medias. Con el derribo, al final de la década de los 80 del pasado siglo, de parte de su obsoleto tejido industrial para situar en él la Villa Olímpica de los Juegos del 92, comenzó un proceso de transformación social digno de la más absoluta de las utopías sociales. Además, la Villa Olímpica no fue un hecho aislado. A lo largo de los siguientes años siguieron cayendo fábricas y levantándose bloques de viviendas para rentas medias y altas y donde, históricamente, había existido un solo barrio, con una identidad fuertemente obrera y cooperativista, aparecieron cinco nuevas unidades altamente dispares. Tan dispares que, en el distrito del que forman parte, se encuentran algunos de los barrios más ricos y más pobres de Barcelona. La propia Villa Olímpica, con un indicador de renta familiar disponible (según datos de 2012) de 146,6, sobre un total de 100 considerando a la totalidad de la ciudad, y el Besòs con un índice que, a duras penas, supera el 50. El proceso es dinámico, pues en solo cuatro años dichas diferencias han aumentado.

Por otro lado, el capital simbólico del barrio, su identidad, cuando no ha desaparecido, es usado por parte de las empresas turísticas como un reclamo más. Las nuevas familias que habitan sus calles, formadas por jóvenes profesionales con niños y niñas en edad escolar, se han acercado al barrio, en parte, por su localización cercana a la playa, pero también por su carácter amable, casi de pueblo. Los precios del suelo no hacen más que subir repercutiendo directamente sobre los alquileres y los importes de compraventa de viviendas y locales, y los más jóvenes, casi recién llegados a un mercado laboral cada vez más precario, ven imposible seguir en el barrio de sus padres, mudándose a otras zonas más asequibles. Mientras, antiguos negocios, bares y ultramarinos de toda la vida cierran, y tiendas de muffins, bares, restaurantes, terrazas y más terrazas aparecen. Su protagonismo es tal que los vecinos de toda la vida son parte de su clientela. El proceso de transformación social llega, así, al interior de las personas.

Algunos llaman a este proceso gentrificación, o elitización si a uno no le gustan los neologismos, pero lo que es evidente es que no es un hecho aislado sino el resultado de las políticas urbanísticas, y sobre lo urbano, que se desarrollan hoy día en nuestras ciudades. El urbanismo no es neutro, sino que está cargado de intencionalidad, la intencionalidad de transformar nuestros barrios y ciudades desde espacios de uso a espacios de consumo, y donde la desigualdad social no es un daño colateral, sino el fin último del proceso.

Una nueva tienda de pan ecológico

Mientras escribo estas líneas me llega la noticia de que el señero Ateneu Popular Octubre, el cual desarrolla innumerables actividades sociales, culturales y políticas, podría estar a punto de cerrar sus puertas, o trasladarse, debido al incremento del precio del alquiler impuesto por los propietarios del local. Posiblemente, en su lugar tengamos la ocasión de disfrutar una nueva tienda de magdalenas o pan ecológico.

* Jose Mansilla, miembro del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU)

* Diagonal - JM - 4.12.14
Foto: Rambla de Poblenou. / JOSÉ MANSILLA

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